A veces me siento muy sola. Es cuando me doy cuenta que a pesar de todo, de las enseñanzas budistas, del desapego, del amor incondicional que puedo sentir como madre, sigo teniendo expectativas…
Sigo añorando recibir y sentir amor, sobretodo cuando soy yo la que lo doy. Siento la necesidad de sentirme amada, y la verdad es que el amor siempre y en todo momento es completamente irreciprocable.
(Hago un parentesis para reconocer que efectivamente, ya sé que las palabras “irreciprocidad” e “irreciprocable” no existen. Me parece un defecto grave del idioma español el no permitir que el usuario del idioma utilice a su antojo la creatividad para ir ampliando y modernizando el lenguaje como se puede hacer por ejemplo en el húngaro o en el inglés; pero este no es un artículo dedicado a la lingüistica sino a los sentimientos profundos de soledad y desamor que experimento en este momento, y cada momento invertido en explicar o justificar mi elección terminológica me distrae del dolor, lo cual podría influenciar el nivel de sensibilidad que me ha llevado a escribir por lo que cierro las paréntesis.)
Como decía, siento un vacío al no sentir un amor recíproco al que doy y entrego, siento un juicio perenne en aquellos que reciben mi amor sin reciprocarlo adecuadamente, siento una profunda soledad.
¿Por qué afirmo que el amor es irreciprocable? Porque es imposible devolver en la medidad y en el momento justo las ondas de afecto que recibimos, porque cuando uno entrega el otro puede estar distraído o no saber valorar a ciencia justa la profundidad del don de amor que recibe.
Dentro de la pareja, después de la fase inicial del enamoramiento, el amor se vuelve cotidiano y aunque permanece ahi se ve relegado detrás de las responsabilidades o urgencias del momento. Con los amigos, el amor es a veces un elefante en la habitación, del que no se habla porque ¡cuánta cursilería!
El mejor ejemplo es el amor de madre. Es verdad que amamos incondicionalmente, pero también amamos esperando caricias, gratitud, al menos sonrisas. Damos esperando recibir gracias, no porque sea una condición para nuestro dar ni para nuestro amar, sino porque el corazón que ama necesita el apapacho de saberse amado. Así tiro al traste esta noción sagrada de “amar sin esperar nada a cambio” Yo sí espero. Espero amor, y lo necesito. Alimento mi alma del amor que me dan mis seres amados y sin ese amor, fuera mucho más frío el invierno, mucho más largo el letargo del cansancio, mucho más árido el día más alegre del mundo, mucho más vacía la ventana de las posibilidades.
¡Ámame que necesito amor!